La sonrisa regresará a Cuba
Cuba amaneció este 26 de noviembre sin él por primera vez en 90 años. Fue una mañana gris. La gente caminaba despacio y en silencio. No hablaban entre ellos. Puede que necesiten tiempo, quizá años, para terminar de leer la noticia de su muerte, de la que todo el mundo habla y ellos prefieren callar, al menos por ahora.
El sol salió luego en La Habana y se puso, pero la ciudad marchaba a tres velocidades por debajo de lo habitual. Los mismos rostros que se han burlado del bloqueo, a las necesidades de cada día y a la misma vida, se quedaron paralizados desde que en la medianoche Raúl diera el anuncio a Cuba y al mundo.
No digo que en Cuba unos pocos no sufran esta pérdida; al igual que en Miami, donde otros salieron a celebrar la muerte de un hombre que intentaron asesinar centenares de veces y que sobrevivió a 11 administraciones norteamericanas para morir a los 90 años, junto a su familia y su pueblo. Pero esa alegría será siempre una mueca y nunca una sonrisa.
La muerte de Fidel es la conmoción nacional más grande de mi generación, la que no estuvo en las trincheras, en la invasión por Playa Girón ni en la Crisis de los Misiles; la que no pudo llorar cuando Fidel leía la carta de despedida del Che, ni cuando el tributo a los asesinados en el acto terrorista perpetrado en Barbados.
Pero tengo el presentimiento de que la sonrisa regresará a Cuba. No hoy ni mañana, pero regresará. Y no es que la ausencia del Comandante en Jefe la vaya a llenar alguien, sino que un nuevo Fidel irá tomando forma en cada uno de nosotros y nos acompañará cada vez que se piense en Cuba, que es la mejor manera de pensar en él. En ese momento, se habrá cumplido el pronóstico que siempre temieron sus adversarios: el guerrillero de la Sierra será inmortal.
* Un testimonio (fragmento): Sergio Alejandro Gómez