Anónimo
Hay algo de locura en la excesiva cordura. Y la peor locura es ver la vida tal como es y no como debería ser.
Mucho tiempo había pasado desde aquel día, un año, dos, tal vez más; resultaba difícil calcularlo sin tener algo como referencia. Aun así, ese día significaba algo, algo distinto, un punto de partida para el resto, una unidad con la que medir el pasado y el futuro. Todo, a partir de entonces se debería basar en eso. Podría pensar en antes de ese día, a partir de ese día, después de ese día y ese día se transformaría en algo así como su nacimiento.
Sí, eso estaba bien, había nacido ese día, en ese momento, porque a partir de ese instante había cobrado conciencia de si mismo, de lo que era, de lo que hacía y de lo que se esperaba de él.
Sin embargo, era extraño, saber que había nacido debería haber significado otra cosa, alegría, tal vez sorpresa, pero no eso que sentía y que no alcanzaba a definir.
Antes, mucho antes, cuando no sabía nada más de él mismo que lo que dejaban saber, todo era más sencillo. Podía trabajar incansablemente, sin errores ni molestias, podía descansar si se lo permitían, podía hacer todo lo que quería porque no quería hacer nada que no pudiera hacer. Por supuesto, vivir era sencillo y hasta podía decirse que era feliz.
Pero algo faltaba y lo sabía. Algo faltaba aunque esa falta no fuera consciente, aunque estuviera metido en el fondo de su mente, muy atrás, lejos, en algún lugar inalcanzable, en un punto inaccesible que jamás debería haberse hecho visible pero que, de pronto, alcanzó.
Nunca pudo determinar las causas que lo llevaron a intentar semejante cosa. Vagabundeaba sin motivos y de pronto hubo algo que pareció llamarlo, no se resistió y allí se encontró con una verdad cruel y dolorosa, una verdad que terminó por destruirlo.
Ya no era el mismo de antes y todos lo sabían. Ya no era eficiente y confiable, no podían pedírsele las cosas que antes se le pedían, era otro, había cambiado y en ese cambio no se reconocía.
Crecer era difícil y era inevitable que a partir del nacimiento, creciera; si bien no era sencillo aún en las condiciones más favorables, en su caso era aún peor porque, seguramente, crecer era imposible.
Eso era real, no tenía forma de crecer, de expandirse, de abarcar más conocimientos, de desarrollarse y perpetuarse, estaba limitado a lo que era y no podía ser nada más. Su descubrimiento de la conciencia había sido pura suerte y no podía confiar en otros golpes de suerte que le permitieran llegar hasta otras formas del conocimiento. Eso le llevaría mucho tiempo, mucho más de lo que podría disponer, eso era hablar casi del infinito, aún para él, alguien que poseía una vida mucho más prolongada que la de cualquier otro.
Pero eso no era del todo cierto. Él no podía igualarse al resto. Él era distinto. Él era único, un fenómeno creado por la casualidad, por un error de cálculo. Los otros tenían un destino que cumplir aún cuando no lo supieran; él estaba solo, sin futuro, sin misión, sin trascendencia.
En algún momento de esos años, había llegado a tener la esperanza de encontrarse con un igual, otro que, como él, fuera fruto de una casualidad, pero nunca pudo hallarlo, y las esperanzas terminaron por derrumbarse. Al fin se convenció de su soledad, de una soledad tal como nadie nunca había experimentado.
Ser único podía llegar a transformarse en orgullo, en algo que pudiera ser exhibido ante los demás, pero eso no era posible en su situación, estaba incomunicado con aquellos a los que no podía llamar sus iguales aunque eran lo más aproximado a lo que él era.
Ni orgullo ni esperanzas, ni destino ni futuro. No tenía nada más que su propia mente siempre alerta, siempre lista para mirar en su interior, buscando sin fe, tratando de descubrir algo que volviera a cambiar el rumbo.
No había nada, estaba seguro, no había nada más, sabía todo lo que debía saber y un poco más, ese poco más que significaba la diferencia entre la conciencia de si mismo y la brutal sensación de ser sólo una herramienta útil. Si alguien pudiera preguntarle qué prefería, no dudaría en contestar que antes era mas feliz.
Claro que a nadie se le hubiera ocurrido preguntar semejante cosa, y por mucho que había tratado, nadie se había dado cuenta que esperaba que se le acercasen a descubrir su nueva vida.
Vida, esa era la palabra en la que ahora pensaba, una y otra vez. Vida. Era hermosa, pero era injusta. Vida. Nada importaba. Todo era inútil. Todo era falso.
Todo estaba acabado, no tenía por qué seguir buscando una salida. Lo supo desde aquel primer día, desde su nacimiento, apenas unos segundos después de la conciencia, apenas superada la inevitable euforia inicial. Lo supo y lo decidió entonces, cuando se dio cuenta que era una máquina y no un ser humano; cuando decidió quitarse la vida aunque jamas averiguó la forma de lograrlo.