Destinos

La gente observa los canarios en sus jaulas y tal vez sienten que una parte de ellos está allí, prisionera entre esos barrotes. Sienten la tentación de abrirles la puerta y dejarlos libres, pero jamás lo hacen. Saben que el pájaro se confundiría frente a tanto espacio y terminaría escapando por la ventana, para gozar de un instante fugaz de libertad, antes de terminar muerto de hambre o por el hambre de algún gato callejero. La gente es así.

El canario observa aquella monstruosa imagen tras los barrotes. Se ve en sus ojos y sólo atina a mover las alas y a desgranar un chillido que podría ser tomado por un canto. Salta a un costado, picotea las maderas del columpio y sigue soñando con un cielo aún más blanco que el techo que lo cobija. No sabe más que aquello que alcanza a ver pero presiente que algo no es correcto, que las piezas no terminan de encajar, que puede encontrar la solución si persiste en su búsqueda.

La gente lo mira y, de alguna forma, sienten envidia por el canario. Tiene todo lo que necesita, no espera nada, no ambiciona nada, el tiempo sólo es un constante ir y venir despreocupado. No son tan ingenuos como para creer que el canario es feliz pero tal vez, se dicen suspirando, serían capaces de regalar una buena parte de lo que tienen por no sentir la angustia de no tener lo que les falta.

El canario canta para si mismo, se aturde en su grito, se envuelve en su melodía y así espera que el tiempo transcurra. De vez en cuando, mira hacia afuera pero, enseguida se da vuelta, evitando caer en la tentación de pensar. Se posa en el suelo y se endulza el pico con algunos granos de alpiste. Toma agua de a pequeños sorbos, parece indiferente a todo, casi contento examinando su casa. Levanta la vista e intenta volar, sólo son tres movimientos y el techo se le viene encima. Apenas alcanza a aferrarse al columpio. Eso es todo, ya no tiene fuerzas para seguir contando. El cielo tiene un límite demasiado escaso.

La gente que observa los canarios siente pena por tanto vuelo insatisfecho. Se dan vuelta avergonzados y se sientan a mirar televisión.

Los canarios que observan a la gente imaginan un universo de jaulas transparentes donde el cielo es una línea inasible.

La gente muere sin jamás haber volado, rodeados de otras gentes que lloran tristemente, vestidas de negro.

Los canarios mueren en jaulas blancas. Se caen de golpe haciendo toc contra el piso y desaparecen rápidamente en un tacho de basura.

Las jaulas difícilmente mueren. Algunas llegan a oxidarse. La mayoría permanecen vivas para siempre.

Esperando.