Felipe: Un tributo
Ellos no saben cómo sós vos, Felipe. No saben porque no les interesa, y no les interesa porque creen que no existís. Ellos deberían preguntarme a mi, yo sí sé; pero no lo hacen, son tontos, tontos y presumidos. Yo podría contestarles y explicarles, yo podría hacerles ver cómo son las cosas en realidad pero ya me cansé de esperar, me di por vencido y creo que al final de cuentas, no vale la pena.
Igual me pongo furioso cuando se la agarran con vos. Vos no tenés la culpa de nada ¿A quién puede hacerle daño un osito de juguete? Sin embargo, te odian y al odiarte, me odian a mi, porque, ¿cuál es la diferencia entre vos y yo? Somos amigos, somos más que amigos, somos algo que ninguna palabra puede definir, somos vos y yo, ¿por qué me obligan a tratar de decir algo que no se puede expresar pero que es así?
Te conozco desde que conozco todo. Desde que me di cuenta de las cosas. No sé si vos estabas desde antes, bueno, sí, me imagino que sí; lo que quiero decir es que no sé desde cuánto antes vos vivías y desde cuánto antes vivía yo.
Es una suerte que no puedas acordarte de las cosas, Felipe, pero yo sí puedo, yo tengo algo que se llama conciencia o memoria, y eso me molesta. Me molesta, por ejemplo, no tener recuerdos de la época en te conocí, de la primera vez que nos vimos; muchas veces le pedía a mamá que me hablara de ese día y ella me contó, pero no es lo mismo que si yo me acordara de verdad.
Eso de la memoria también me molesta porque me acuerdo de todas las cosas tristes ¿Sabías que uno no se acuerda tanto de las cosas alegres como de las tristes?
Si te odian es porque te quiero y eso es triste, tan triste que, cuando lo pienso, tengo que buscarte y sacarte del cajón donde mamá se empeña en esconderte. Yo no sé si es tan tonta como a veces parece, o simplemente no se da cuenta que soy yo, quien no es tan tonto como ella cree. Vaya uno a saber por qué supone que metiéndote ahí adentro, detrás de los pulloveres y las camisas que ya no uso, vos vas a dejar de ser para mi lo que sós. Es algo tan estúpido que casi me cuesta creer que lo hace a propósito.
Decime, Felipe, ¿en tu mundo, pasa lo mismo? ¿Existe un mundo de muñecos? ¿Hay algo parecido a eso que se ve en los dibujos animados? ¿Vos salís de donde estás y te juntás con otros como vos cuando yo duermo y bailan y cantan y juegan entre ustedes hasta que llega la mañana y todo termina? Me gustaría que pudieras contestarme y me gustaría que me contestaras que sí.
A veces me imagino que, algún día, vas a levantarte a mi lado, creyendo que aún estoy dormido, y al verme despierto, me vas a guiñar un ojo y después de un momento de duda, vas a pedirme que te siga y me vas a llevar con vos y vamos a bailar y a cantar con tus amigos, y tal vez, si ustedes me dejan, voy a quedarme allí y me voy a convertir en uno de ustedes, para no tener que volver a ser nunca más, lo que ahora soy.
Sería hermoso, Felipe, vos y yo, juntos para siempre, sin tener este miedo que ahora siento. Tenés que entender que el miedo no puedo evitarlo. Me digo: tenés que ser fuerte, no tenés que pensar en eso, pero me resulta imposible. Tengo miedo que un día ya no estemos juntos, que nos separemos, que nos separen. Vos no comprendés, Felipe, quizás te resulta imposible pensar en cosas así, cosas como el futuro y todo eso, pero yo puedo, yo me paso el día entero pensando, es algo que no se puede evitar, ¿lo sabías?
Cosas como crecer, ¿entendés? ¿Qué va a pasar cuando yo crezca, cuando tenga cinco, seis o diez años más? ¿Dónde vas a estar? ¿Qué voy a sentir? ¿Todavía voy a tenerte guardado en alguna parte o vas a desaparecer como tantas otras cosas que antes eran importantes pero que ya no?
¿Ahora te das cuenta por qué tengo miedo? No me preguntes cómo se me ocurrió pensar en algo así. Antes, sólo tenía miedo que un día no estuvieras más, que mamá te hubiera tirado a la basura o te hubiera hecho desaparecer como todo lo que ella decide que es malo.
Nunca me preguntó nada, jamás me pidió una opinión, si lo hubiera hecho, muchas veces, le hubiera dado la razón, no todas, pero muchas veces, y hasta hubiera aceptados las otras. Pero no, tuvo que hacerlo a escondidas, traicionándome, tratándome como a un enemigo; eso es lo que me duele, lo que me lastima, lo que me ha hecho perder la confianza en ella.
Ella no te quiere y no me entiende, me dice que tengo que olvidarme de vos, que ya no tengo que jugar con vos, que sólo sós un muñeco, un osito de trapo, que ya soy grande para dormir con ositos, que, qué se yo, hincha. Hincha todo el día.
Y yo no quiero perderte, Felipe, por más que seas un muñeco viejo y destartalado al que cada dos por tres hay que remendar; por más que de tu cuerpo original sólo quedan algunas pelusas marrones y una forma vaga, dos brazos, dos patas, una tela blanca que te enguanta las manos y los pies, y una cabeza a la que, cada tanto, hay que rehacer y a la que me quedo mirando por días y días hasta que otra vez me acostumbro a ella, hasta que otra vez empieza a transparentarse tu cara y puedo reconocer el alma de eso que sós vos, detrás de la máscara de tela.
Podés cambiar de cara cada tres o cuatro meses, te pueden poner más relleno, te pueden engordar, te pueden transformar en cualquier cosa, pero siempre vas a ser lo que yo quiero que seas, eso que necesito, eso que me deja dormir tranquilo, sin pesadillas, sin adultos que me griten o me ignoren. Vos me permitís ser lo que quiero ser: por eso quieren separarte de mi.
Ellos no saben cómo sós vos, Felipe, pero tampoco saben cómo soy yo, y por eso tienen miedo, por que no pueden saber lo voy a terminar siendo. Son vengativos y rencorosos, nos tienen miedo. Ellos no saben nada, Felipe, no les importa saber. Están muertos y alguien debería avisarles.