Hartazgo

Me tiene harto el hartazgo.

Me tienen harto las minorías que no saben perder y las mayorías que no saben ganar.
Me tienen harto las suposiciones, las contradicciones y las adjetivaciones.
Me tienen harto los doble estándares.
Me tienen harto las palabras vacías, los dedos acusatorios y los pronósticos apocalípticos.
Me tienen harto las banderas, los himnos, las plegarias, los discursos y las diatribas.
Me tienen harto las élites que creen que todos los demás somos idiotas y no sabemos ni debemos elegir.

Me tiene harto leer lo que leo, oír lo que oigo y escribir lo que escribo.

Hartazgo ... como tantas otras veces ... el mismo hartazgo de ayer pero distinto, porque aquel otro era más real, más activo.

Lo que se ve hoy sólo son hartazgos que se venden en los medios como si fueran pastillas para la tos; hartazgos insulsos, hartazgos que suenan a quejas infantiles; hartazgos que imploran desesperadamente que "alguien resuelva el problema".

Hartazgos inútiles porque el problema, siempre, somos nosotros mismos.

Uno es tonto y siempre creyó que el mundo era un lugar sencillo de entender porque sólo había buenos y malos, nada de términos medios, nada de ambigüedades. Se sufría en serio y se estaba feliz en serio, se amaba y se odiaba con igual intensidad, se tenían las ideas claras y las soluciones a flor de labio para quien quisiera escucharlas. Se moría o se vivía por una idea, no había posibilidades para la claudicación.

Pero las cosas resultaron no ser tan sencillas. Ni lo bueno es tan bueno ni lo malo es tan malo; no existen más que miles de millones de grises y morir o vivir por una idea sólo garantiza que nos miren raro porque las utopías parecen haber pasado de moda y ahora, lo que se estila son los grupos que nos preguntan: Yo quiero salvar al mundo... ¿y tu?

Yo no. Yo no quiero salvarlo, ¡yo quiero cambiarlo!