Insomnio sin hache

Los fantasmas más terribles no son los que nos muestran las películas, tienen caras que conocemos, gestos que recordamos, palabras que hemos escuchado, una y mil veces en tantas noches de insomnio.

Aparecen cada tanto en medio de una modorra que no llega a concretarse para recordarnos que nos pertenecen porque nosotros les pertenecemos ... para siempre.

Vienen a hurgar viejas heridas como hienas insaciables en una selva infernal, recomienzan los juegos, hacen trampa, se esconden justo cuando estamos a punto de aniquilarlos.

Nos someten a sus designios, nos manejan, nos permiten imaginar que, por esta vez, el triunfo es nuestro: que la vida es otra, que las cosas son como podrían ser, y no fueron.

Se burlan a coro, se entusiasman con nuestras caídas, con eso que sólo es desesperación: Si yo fuera ... si yo hubiera ... si yo volviera ...

No es, al fin de cuentas, nada más que una molestia pasajera, algo que una taza de algo caliente puede terminar por diluir pero, la resaca queda.

Los ojos por fin se cierran y el cansancio nos vence.

Llega el sueño y otra noche de insomnio no suma ni resta nada.

Mañana sólo los fantasmas serán distintos.