Una alegoría

Hace tanto que no llueve, que las macetas se quiebran de sólo tocarlas, desparramándose por el piso en un montón de terrones de tierra fina, casi blanca, tan etérea como el polen de las flores. Claro que ya tampoco hay flores, porque las plantas se han secado, transformándose en tallos raquíticos y hojas tan transparentes que podría verse a través de ellas.

Si no llueve pronto, decían los viejos hace años, vamos a tener que hacer algo. Pero no llovió, y claro está, nadie hizo nada, nadie podía hacer nada, sólo mirar con codicia a ese cielo siempre despejado, y rogar a algún Dios misericordioso. Pero nadie nos escuchó, y así estamos.

Si no llueve pronto, dicen los viejos ahora, vamos a tener que hacer algo. Pero nada se puede hacer. Y estos tiempos están tan escasos de milagros que no vale la pena esperar uno.

Yo me voy, dicen algunos jóvenes, pero se quedan, espantan las moscas que zumban alteradas en este verano perpetuo, y continúan mascullando su rabia y su sed.

Tengan fe, dicen otros, y prenden velas en los altares de todas las iglesias. Tengan paciencia, dicen otros, y siguen su rutina como si nada.

Quien más, quien menos, todos somos un poco así, un poco incrédulos, un poco ingenuos, un poco audaces y un poco cobardes. Iguales, en el fondo, iguales. Y tenemos razones para ser tan escépticos ¿Quién conoce la lluvia? ¿No será que la lluvia es un cuento y que, en realidad, sólo existe la sequía permanente?

Se hace difícil creerlo, pero también es difícil vivir de esta manera. Por eso nos reímos tanto, ¿qué más podemos hacer, si ni siquiera podemos llorar?

Que lloren los que tienen, nosotros sólo nos juntamos a desgranar interminables lamentos que siempre terminan por transformarse en sonrisas burlonas. Somos así, pacíficos, débiles si se quiere, pero no hay nada que hacer, hace tanto que no llueve que si mañana comenzara una tormenta, seguiríamos igual, esperando que escampe y convenciéndonos que todo fue una ilusión, un espejismo, una mentira. La lluvia es para otros, es algo para añorar, al fin de cuentas, ¿para qué queremos que llueva?.

Hace tanto que no llueve que me parece que la lluvia, en realidad, no existe.